Para un
morisco, ya fuera andaluz, castellano o levantino, “ser español” o declararse
como tal era la mayor categoría del sometimiento y la pérdida de identidad, la
negación de sí mismo y de su identidad colectiva.
Lo que hasta
hace poco tiempo era objeto de investigadores y patrimonio por desgracia casi
exclusivo de patriotas andaluces de conciencia, se está convirtiendo en asunto
cada vez más de dominio público, suscitando un mayor interés por estos temas,
sobre todo tras la fecha del 4º centenario de la siempre polémica y parcial
expulsión de los moriscos de Andalucía y otros países del entorno ibérico y
mediterráneo. La moriscología es una disciplina apasionante que no para de
verter datos, lejos de estar cerrada y acotada por el academicismo al que se
quiere reducirla.
En todo este
tiempo, me ha llamado la atención el tratamiento agradable al poder, poco
riguroso y frívolo hacia los moriscos dentro de muchos moriscólogos, en lo
tocante a su identidad y por ende a la identidad de los pueblos a los que
pertenecían. No se ha parado ni se paran de repetir términos fraudulentos y
mixtificadores como “España morisca”, “moriscos españoles”, “España musulmana”…queriendo
trasladar una supuesta y artificial identidad española, inexistente histórica,
cultural y lingüísticamente, de forma retroactiva a los habitantes de las
distintas naciones existentes en la edad media peninsular y que hoy, grosso
modo, siguen estando bajo la coacción del Estado español.
No hay una
cuestión morisca, hay varias cuestiones moriscas.
El hecho de
que distintos moriscos de diversos pueblos (como el andaluz, el castellano o el
catalán) profesasen la misma ideología y cosmovisión no los convierte en una
misma cultura y una misma nación, mucho menos española, por mucho que la
historiografía oficial españolista se emperre en ello volcando todos sus
medios. Los moriscos no eran españoles porque su cultura no era española; ellos
no se sentían españoles porque para ellos, España y su concepción nació con los
denominados Reyes católicos. Porque ser español no era algo común y natural en
los países de la península ibérica, sino que se designaba (y ni siquiera bajo
ese calificativo) al sector ideológico trinitario que propició las agresiones y
las conquistas.
Y en verdad
es así. Sólo desde los reyes católicos se puede hablar de España o relativo a
la hispanidad como algo real, como identidad del imperio creado, como
consecuencia del sometimiento a los pueblos. Lo español no es algo que une,
sino que impone y niega. Porque no es espontáneo, no nace ni nació del corazón
natural de los pueblos, sino a base de conquistas.
El morisco
era consciente de la situación peninsular, en Andalucía, en Castilla o en
Aragón, para ellos “España” no es más que una denominación geográfica sin mayor
implicación, no un ente político, ni una nación, ni una cultura ni una
identidad.
No es
correcto por tanto, hablar de moriscos españoles, sino de moriscos andaluces,
castellanos, aragoneses, catalanes o levantinos. Para un morisco, ya fuera
andaluz, castellano o levantino, “ser español” o declararse como tal era la
mayor categoría del sometimiento y la pérdida de identidad, la negación de sí
mismo y de su identidad colectiva. Suponía dejar de ser lo que se era, por las
buenas o por las malas, es decir, por la fuerza.
Cuando el
maestro Juan Alfonso, morisco aragonés, que vivió durante el siglo XVI, dice:
“cuervo
maldito español
Pestífero
cancerbero
Questas con
tus tres cabezas
A las
puertas del ynfierno”
¿Quiénes son
los españoles? ¿A qué españoles se refiere este morisco aragonés por tanto? ¿no
debían ser españoles por ejemplo, los aragoneses, cuya corona colaboró en la
edificación del imperio que luego habría de ser bautizado como “España”? los
anteriores versos no son un caso aislado, sino un ejemplo más de la sociología
morisca; unos versos que dejan bien claro a mi juicio quienes eran los
españoles: no los habitantes de los distintos pueblos de la península, sino el
sector de éstos que era cristiano trinitario, partidario del imperio, del
sometimiento de los pueblos y del yugo de éstos bajo la estructura imperial con
una sola religión, una sola lengua y un solo rey. Y, si éste es el sentimiento
de lo que significaba ser español en la península ibérica para un aragonés, no
imaginemos para un andaluz, nacido en la cuna del islam andalusí, que irradió
durante siglos cultura y civilización a otros pueblos del entorno mediterráneo
y peninsular.
Me parece
que sólo así podremos entender mejor nuestra historia. Estudiar a los
moriscos como lo que fueron, no como lo que nunca quisieron ser. Estudiarlos
como pensaban y sentían, no como de ellos opinaban los trinitarios. No
calificar una cultura (la andalusí) como española, porque nunca lo fue, como
tampoco fueron otras culturas (y mucho menos sus importantes sectores
islamizantes y judaizantes) como la castellana, gallega, vasca o catalana. Esa
es una gran asignatura pendiente en la moriscología de nuestros días, que huya
del adocenamiento institucional y prime la verdad sobre todas la cosas. Porque
no otra cosa busca la moriscología como otra disciplina que estudia la
historia, sino buscar la verdad y sacarla a relucir, contarla, insistir en
ella.
Quizá sea
este otro de los pequeños mejores homenajes que podemos seguir brindándoles a
nuestros antepasados moriscos. Homenaje tras homenaje, que sólo nos puede
conducir a una Andalucía de nuevo Libre y poseedora de ella misma. De su
tierra, de su historia, de sus luchas, de su poesía, de su hoy…
Artñiculo publicado el 22 de Febrero de 2012, en medios como Kaos en la Red, Identidad Andaluza...
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